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domingo, 8 de marzo de 2015

Capítulo 24

-Abuelo, fuiste al Coliseo, ¿verdad? –preguntó el pequeñín de la casa.
-Eso creo, chiquitín, eso creo.
-¿Y cómo era? ¿Era grande?
-Era gigantesco, si tú te perdieras allí, nadie podría encontrarte.
-¡Yo ya me perdí en el hipermercado, abuelo, eso no es nada! –dijo Javi, creyendo que eso de perderse en un lugar es la mayor de las proezas.
A sus seis años, el chico se había perdido en tres hipermercados diferentes, causado muchos disgustos a su madre y recibido muchas hostias por ello, aunque la edad no le permitía ver que aquello estaba mal.
La primera vez ocurrió en Carrefour, cuando se perdió y acabó en los baños de la planta superior cuando sus padres se encontraban en la inferior.
Lloró tanto que asustó a un pobre hombre que se encontraba intentando hacer de vientre en uno de los urinarios.
La segunda vez fue algo más diferente, pues se quedó dormido en uno de los probadores de Zara y no lograron encontrarlo hasta pasadas unas dos horas cuando una clienta del establecimiento entró en el probador y lo vio acostado en el suelo, por lo que también se asustó al pensar que ese niñito estaba muerto.
La tercera y última vez que se perdió fue, posiblemente, la más traumática de todas, al menos para su madre, pues el niño la pilló con su amante, otra mujer, en uno de los probadores de la misma tienda.
Por aquel entonces, el chico no tenía apenas cuatro añitos, por lo que no entendió muy bien aquello, ¿qué niño de cuatro años hubiera entendido aquello? Solo pensó que era una amiga de su madre y nada más, aunque la realidad era bien distinta. Aquella mujer, Leticia, era la amante de su madre, y si estaban las dos sin ropa, no era porque estuvieran probándose ropa, sino porque acababan de tener sexo y el niño casi las pilló.
Elena sintió que el corazón se le salía por la boca, su pequeñín había estado a punto de ver cómo engañaba a su marido con otra persona. Llevaba ya unos meses con ella, la relación con su marido iba bastante mal, apenas se veían debido a sus trabajos, y Leticia siempre estuvo ahí para tenderle la mano, como una buena amiga de las de verdad.
Fue cuestión de tiempo que la amistad se transformara en algo más.
Tal vez aquello que estaba haciendo estuviese mal, quizá no esté bien engañar a una persona a la que prometiste fidelidad hasta el día de tu muerte, pero ella no era feliz con él, y quería serlo y fue Leticia la única persona que lo logró.
¿Y por qué no se divorciaba de él si esa era su situación?
Miedo, tenía miedo. ¿Qué sería de su hijo con dos padres separados? ¿Y qué pensaría su padre si viera que iba a romper una familia?
No quería ni pensarlo.
-Mami, ¿qué hacéis? Quiero irme ya, me aburre comprar ropa, -dijo el chiquitín.
-¡Javier! ¡Te tengo dicho que llames a la puerta antes de entrar en los sitios! –gritaba Elena, que recordará ese día más que ningún otro, eso estaba claro.
-¿Por qué estáis sin ropa, mamá?
-Nos estamos probando ropa, -mintió ella.
-¡Eso es muy aburrido! ¡Vayamos a comprar videojuegos! –exclamó el niño.
-De acuerdo, de acuerdo, enseguida vamos, espera que nos vistamos.

Aquel día, el pequeño Javier llegó a tener su videojuego, aunque desgraciadamente para él, acabaría rompiéndolo, justo como el corazón de su madre, al que no le quedaban muchas horas para estar también roto.

martes, 24 de junio de 2014

Capítulo 23

-¿Por qué me has besado? –le preguntó totalmente confuso.
-Me apetecía, y si algo me apetece hago lo que sea por conseguirlo.
-¿Y si te apetece matar a alguien lo matas y ya está?
Ella se echó a reír, como si aquello que él dijo le hubiera divertido. ¿Es que había dicho algo gracioso?
-Eso es demasiado tremendo hombre, no seas así. Además, ¿me ves pintas de asesina?
-No…
-Menos mal, porque me cuesta muchísimo ocultar mi identidad de seguidora del muñeco de Saw, -dijo ella poniendo una voz ronca.
-Creo que el muñeco no mataba a nadie, que eran personas, -le respondió él.
-¿Sí? Vaya… ¡me has fastidiado la broma!
-Lo siento…
Ella se echó a reír nuevamente y le dijo que no pasaba nada, y volvió a darle un beso, un segundo beso tal vez mejor que el primero, volviendo a dejarle confuso.
¿Por qué le estaría haciendo eso? ¿Es que para ella un beso era algo normal que podías darle a cualquiera? Para él un beso nunca debía darse a alguien por quien no sintieras nada, la unión de dos labios debía quedar sellada por el amor que ambos deberían sentirse.
Y así pretendía dirigir su vida, buscando a la “chica de sus sueños”, a la cual hacer feliz hasta el día de su muerte. Su inocencia no conocía límites, al igual que su imaginación, con la cual imaginaba mil y un historias sobre ella, sobre esa desconocida que tanto quería conocer.
Tenía claro que debía ser rubia, no muy alta, que no pasara de los ciento sesenta y cinco centímetros de estatura, de ojos claros, preferiblemente azules, que su tez fuera blanca como la nieve, que fuera inteligente, que compartiera sus gustos musicales y de videojuegos, claro, si no cumplía eso último, no podría considerarla la “mujer perfecta” para él.
También debía ser honesta y divertida, inocente, que no fuera la típica mujer creída que piensa que el mundo es suyo y que suele hacer lo que sea para que así sea. No le gustaban con esa actitud. ¿Sería Alicia ese tipo de chico que tan poco le gustaba, o por el contrario sería tal y como le gustaba? Lo adivinaría muy pronto…
-Besas muy bien, ¿te lo han dicho alguna vez?
-Emm…no.
-¿De verdad? Pues qué chicas más idiotas, ¿no?
-Es que…tú has sido mi primer beso.
-¡Imposible, nadie besa tan bien en su primera vez, te estás riendo de mí!
-Te juro por todo lo que tú quieras que no, que no miento.
-Vaya…
-Gracias, supongo.
-¿Gracias? ¿Por darte dos besos?
-Sí, nunca nadie se había interesado por mí, mucho menos acercar sus labios a los míos. Les doy asco, ya te lo dije.
-Hey, deja de insultarte, seguro que no es para tanto, a mí al menos no me das asco ninguno y me pareces muy majo.
-¿De verdad? –le preguntó él, que seguía sin creer lo que ella le decía.
-Lo prometo.
Sus palabras y la sonrisa de su boca le daban a entender que realmente decía la verdad, que no le mentía, pero había sufrido múltiples engaños durante toda su vida, engaños que venían hasta de su propia familia, no se iba a fiar tan rápido de ella así como así.

Lo tenía claro, muy claro. 

domingo, 8 de junio de 2014

Capítulo 22

-¡No me volveré a sentir invisible! –gritó.
-¿Qué estás hablando, loco?
Era Miguel, que se encontraba a su lado mirándole extrañado, con una de sus cejas arqueadas.
-Cosas mías, perdón, ¿queda mucho para entrar?
-Mmmmm, cinco minutos creo, no sé.
Su amigo se equivocó solo por un minuto.
El Coliseo por dentro le pareció algo inigualable, tremendamente hermoso, sus sentidos se encontraban extasiados ante aquella maravilla.
-¡Vamos a cantar! –gritó alguien.
-¿Qué? –se preguntó dentro de sí mismo cuando salió de sus ensoñaciones.
Su grupo se había parado y se habían puesto a cantar todos, incluido el profesor.
¿Y por qué no él también? Nunca más quería volver a sentirse invisible, así que cantó con rabia, alegre, creyendo que así lograría integrarse dentro de aquella gente.
Se equivocó, es imposible encajar un rectángulo dentro de un cuadrado.
-¿Se puede saber qué haces, imbécil? –le soltó de pronto Ángeles.
-¿Cantar como todos? No sé…
-No estamos cantando par ti, estúpido, que eres un maldito friki de mierda, anda y pírate y deja de estropear todo.
Su alegría se desvaneció, al igual que la sonrisa que había existido en sus labios poco antes.
¿Por qué le había dicho eso? ¿Es que él no podía ser como los demás y actuar como los demás? ¿Había alguna ley universal que así lo dijera?
-Lárgate de aquí anda, y déjanos disfrutar, vete a ver la mierda de ruinas estas, escritorzuelo.
-Pero…
-He dicho que te largues, nadie te quiere aquí, ¿o no lo ves? Todos pasamos de ti, no te queremos en nuestro grupo, nunca nadie se va a interesar por ti, date cuenta y no hagas más el ridículo.
Se apartó, dando pasos hacia atrás, cabizbajo, y decidió correr a donde nadie pudiera verle. Quería estar solo, es lo que creía merecer, lo que el mundo le daba, soledad.
Corrió con la cabeza agachada, con tan mala suerte que chocó con alguien, alguien que seguro que también le diría lo mucho que le odiaba, estaba acostumbrado.
-Ay… ¿pero se puede saber por qué no miras por don…? Tú… ¡eres tú!
-¿Eh?
Frente a él, se encontraba ella, Alicia, aquella chica de la que ya se había olvidado.
-Qué casualidad, vaya, ¿está tu grupo aquí también? –le preguntó.
-Sí…están.
-¿Y qué haces aquí solo? Vayamos para allá, que muchos de ellos son muy simpáticos, dijo tomándole la mano y dándole tirones para llevarlo de nuevo con el grupo.
-No quiero ir con ellos…
-¿Y eso por qué? –preguntó Alicia, extrañada.
-No me quieren con ellos, solo soy una maldita carga de la que se desprenderían si a veces no les fuera útil. Merezco estar solo, sin nadie a quien poder fastidiar.
-¿Por qué piensas eso? Es horrible…
-Yo mismo soy horrible, ellos lo dicen, lo tengo asimilado.
-No me pareces horrible, todo lo contrario, creo que eres alguien muy majo.
Jamás hubiera esperado un cumplido de una persona casi desconocida, era…extraño.
¿De verdad aquella chica lo había piropeado o solo le dijo lo que necesitaba escuchar? Posiblemente fuera eso último, que solo le hubiera dado lo que quería, tal vez fuera como el resto de personas, y de ser así…también le haría daño.
-Tengo que irme, no quiero estar aquí…
-Pues yo me voy contigo, chico, así que dime, ¿dónde vamos?
-¿Hablas en serio? ¿Irías con alguien como yo? –preguntó inocente.
-Claro, ¿por qué no? Ya te dije que me pareces un chaval muy majo, además, seguro que te gusta esto tanto como a mí.
-¿Esto?
-Sí, tonto, esto, el Coliseo.
-¿Te gusta?
-¡Pues claro! Me gusta mucho el mundo antiguo, aunque apenas sé mucho de él, ¿tú me ayudarías a solventar eso?
-Cla…claro.
-¡Pues vamos, no perdamos el tiempo!
Le fue imposible decirle que no a aquella muchacha, que rápidamente lo cogió de la mano y tiró con fuerza para ver todo el lugar. Había algo en ella que le gustaba, y lo sabía, pero no lo quería reconocer, ya le habían hecho daño suficiente por hablar más de la cuenta.
Fue una de las primeras veces que se sintió valorado por alguien, que tenía valor.
¿Por qué aquella chica era así con él? ¿Había gente así de buena por el mundo? Él solo había conocido a personas que solo buscaban hacerle daño…
-¿Quieres que nos echemos una foto para recordar este momento para siempre?
-¿Recordar?
-Claro, tonto, ¿qué mejor que una foto para recordar un momento de tu vida?
-Supongo que tienes razón, aunque antes respóndeme a algo.
-A ver, dime.
-¿Dónde está tu grupo?
-Me he perdido un poco, pero no te preocupes, me sé el camino al hotel a la perfección.
-¿Y por qué no te has ido entonces?
-¿Estás intentando echarme?
-¡No! Yo nunca…
-Ya lo sé, tranquilo, estaba bromeando, -dijo echándose a reír, provocando que él también riera.
Llevaba tiempo sin reír así, de aquella forma, sintiéndose libre, cuando nada puede provocar que dejes de reír.
-¿Entonces quieres que nos echemos esa foto? –volvió a preguntar ella.
-Claro, pero no soy muy fotogénico…
-Da igual, yo tampoco, saldremos mal juntos, y quedará para el recuerdo, ¿te parece? –le dijo guiñándole el ojo.
Respondió que sí, y jamás se arrepentiría de aquello, de aquel momento donde ella sacó su cámara, cuando se la dio a un extranjero que pasaba por allí para que les hiciera la foto.

Nadie podría olvidar que ella lo besó un segundo antes de que el flash les diera en la cara, y que su primer beso quedara fotografiado, tal como prometió ella, para el recuerdo.

jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 21

-Chicos, es hora de salir, vamos, ¿estáis listos?
Josi ya les andaba metiendo bulla. Hoy tocaba ver el Coliseo, la Fontana, el Foro, el Arco de Constantino y el hermoso Panteón de Agripa, aparte de pasar el día por las calles de Roma.
-No, yo aún no estoy, me queda darme una ducha y vestirme, unos diez minutos, -respondió Antonio.
-¿Aún? Dios mío, ya vamos tarde, así que espabilad ya.
-¿Las chicas están ya todas? –preguntó.
-Claro que están, son siempre puntuales, no como vosotros, que sois unos tardones.
-¡Me ducho rápido! –exclamó Antonio.
Joaquín y él cogieron móvil, cartera y demás y salieron de la habitación mientras hablaban del Coliseo. Joaquín le preguntó que si le gustaba Roma y todo aquello que iba a ver en la ciudad. Él respondió que sí, que aunque hubiera preferido ir a Grecia, Italia también le fascinaba, el mundo antiguo en sí le fascinaba. Joaquín le comentó que él hubiera preferido ir a Tenerife, a ver tías chicas en tanga.
Una vez llegaron a la puerta, comprobaron que Josi les había colado una mentira de las gordas. Solo había dos chicas preparadas en la puerta y el resto de chicos. Ellos no habían sido los últimos, ni de lejos.
Se sentó en uno de los escalones acompañado de Joaquín y del resto de chavales que estaban ya listos y pertenecían a su grupo más próximo de amigos.
Sacó su móvil del bolsillo, al menos ese rato podría utilizarlo para escribir.
-Loco, ¿otra vez estás liado con ese móvil escribiendo tonterías?-soltaron de pronto por detrás.
Era Miguel, su buen amigo.
-No estoy escribiendo tonterías, estoy escribiendo cosas que me gustaría publicar en un futuro cercano.
-Sí, a eso me refería con tonterías. Chiquillo, que este viaje es de vacaciones, para disfrutar y buscar niñas con las que ligar, tonto del culo, deja el móvil y de pensar en escribir. Es más, dame ese maldito móvil, hasta que no te vea hablando con una tía hoy no te lo pienso dar, y no cuentan las que han venido con nosotros.
-¿Entonces?
-Italianas tío, italianas, vamos a buscarlas, alguna caerá, te lo aseguro.
-De acuerdo, de acuerdo, toma el móvil, -dijo riendo por las palabras de su amigo.
-Bien bien, a ver si las tontas estas salen ya y buscamos a alguna italiana guapa, hostia.
Los deseos de Miguel fueron cumplidos en quince minutos, cuando todas salieron a la misma par de las habitaciones ya vestidas.
-Bien, ¿estamos todos? –preguntó Josi.
Todos respondieron que sí.
El camino del hotel hacia el Coliseo se hizo algo largo para su gusto, y para el de todos, que no dejaron de quejarse de lo lejos que quedaba del hotel. Él sin embargo, de lo único que le apetecía quejarse era de las quejas en exceso de sus compañeros de grupo, que estaban resultando pesados.
Josi se paró en una esquina, cosa que hizo que todos hicieran lo mismo.
-Chicos, ya os lo dije antes de partir, pero me gustaría recordarlo de nuevo. Esto ocurre en toda la ciudad, pero donde más cuidado debéis tener es por las cercanías del Coliseo. Hay mucho mangante y mucho estafador, tened cuidado y que nadie se fíe de nadie, y a esto le quiero añadir algo más. Posiblemente veamos a algunos hombres vestidos de legionarios y queráis alguna foto con ellos. No os la hagáis si queréis que no os peguen un buen pellizco en el bolsillo.
Todos asintieron y siguieron el camino hasta el Coliseo.
-Chicos, este es nuestro encantador Coliseo. Construido alrededor del siglo I por la Dinastía Flavia, con el paso de los siglos se ha convertido en uno de los monumentos más característicos y famosos de la bella Italia. En su máximo esplendor, llegó a albergar a unos cincuenta mil ciudadanos romanos que se reunían allí con la ilusión de ver las famosas luchas de gladiadores que Roma ofrecía, -comentó el guía turístico con un perfecto manejo del español.
-¿Solo luchas de gladiadores? –preguntó él.
-No señor. El Coliseo ofrecía, además de luchas a muerte entre gladiadores, ejecuciones de aquellos que habían deshonrado todo aquello que Roma significaba para el pueblo romano. Otros actos que se llegaron a ofrecer fueron las luchas de esos gladiadores contra todo tipo de animales exóticos que normalmente se importaban desde África. Era todo el entretenimiento que había en la época, al menos en este edificio, claro.
-Chicos, ¿tenéis alguna pregunta para nuestro guía? Aún quedan quince minutos para que podáis entrar dentro y observarlo de cerca, tenéis tiempo de sobra.
Uno de los chavales, Carlos, decidió arrancarse con una pregunta.
-¿Cómo vivían los gladiadores? –dijo.
-Hay muchas hipótesis sobre el tema y el tema aún no está esclarecido del todo. Sabemos bastante, pero no lo suficiente. Sabemos que trabajaban duro, con entrenamientos que les costaban la vida y que eran la “élite” de los esclavos por así decirlo. Eran fuertes, y solían ser de las regiones capturadas por Roma, como la Galia.
-¿Has tardado mucho en estudiarte todo eso o cómo? –preguntó Julian, uno de los graciosillos que le caían mal.
Todos empezaron a reír, incluidos Josi y el guía. Todos salvo él, ¿por qué? ¿Por qué él tenía que ser tan estúpidamente diferente al resto? ¿Por qué exactamente él? ¿Es que estaba condenado a sentirse fuera de todos lados, sentirse invisible y no ser nadie?



domingo, 13 de abril de 2014

Capítulo 20

-¿Te has aburrido esta noche o qué? Seguro que sí, eres un pringao y te habrás acostado pronto, ¿verdad?
-Emmmm…sí, algo así, estuve jugando un poco con el móvil hasta que me quedé dormido. Poco más.
-Eres un mariquita chaval, no sé qué haces con tu vida que no follas con ninguna tía ni te lías ni nada. Luego no te quejes cuando te llamen gay.
-Si me quejo de eso es porque no lo soy. Soy feo, por eso no “me lío” como tú dices, qué culpa tendré yo, vaya.
-Tienes que tener más cara chaval, más desparpajo, o te vas a morir virgen, solo te digo eso.
-¿Acaso tú ya no eres virgen?
-Aún lo soy, pero por poco tiempo, me estoy camelando a Ariadna, vengo de su habitación, si sigo tal como voy dentro de dos días lograré tirármela.
-Pues me alegro por ti, supongo…
-Hay que meterla capullo, meterla en todos los coñitos que puedas, eso es lo que quieren todas, son unas guarras.
-Ah…
-Es mi consejo, ya tú verás qué hacer. Bueno, piro a la ducha, ahí te quedas.
Durante muchísimo tiempo pensó en el motivo por el cual él no era como todos, el porqué le era imposible pensar, decir y actuar como ese y otros tantos chavales que conocía. No creía que las mujeres merecieran ser tratadas así, ni ser utilizadas con el solo objetivo de llevarlas a la cama. De hecho, pensaba que ninguna persona, ya fuera hombre o mujer merecía ese trato. ¿Por qué las personas solo buscan su beneficio, su felicidad? ¿Por qué les daba igual el sufrimiento del resto? ¿Por qué pisotear la sonrisa de los demás para moldear la tuya propia?
Él no podía, la felicidad de los demás estaba por delante de la suya propia, y es algo que la gente no asimilaba con facilidad. Creían que se comportaba bien con todo el mundo por pura falsedad, en búsqueda de algo para aprovecharse.
¡Y él no era así, no lo era! O de eso se quería convencer…
Lo habían humillado demasiadas veces, marginado, insultado, hasta deseado la muerte. Recién había cumplido los dieciséis años y su vida no era vida. Se encontraba solo, no creía en la amistad, y menos el amor, lo habían rechazado muchas veces, aún cuando no sintió amor por aquellas chicas, simplemente, le atrajeron.
¿Cómo creer en todos esos sentimientos si nadie te había demostrado que existían, cuando nadie había conseguido que los sintieras en tus propias carnes?
Su abuela le dijo de pequeño que nunca intentara que un sordo le escuchara tocar la flauta, era imposible…
Y esto, era igual, no se le puede pedir a un adolescente que nunca se sintió querido que empiece a hacerlo por las buenas. Lo único que conseguirás es que se valore menos a sí mismo. Y eso…no conviene.
A un adolescente debes enseñarle a quererse, hacerle ver que la finalidad de vivir, el objetivo del amor, es enamorarte de ti mismo antes que enamorarte de otra persona, ese es el secreto. No hay que derrumbarse si no te valoran, justo lo contrario.
Debes mirar arriba, marcarte tus metas, decirte “yo sé lo que valgo” y no dejar que las malas intenciones de la gente logren acabar contigo. Y sí, tal vez tengas algo que cambiar para conseguir quererte, puede ser, pero debes hacerlo por ti mismo, por ti y por gustarte y complacerte a ti, no a los demás. ¡Qué les den a todos!
Tal vez sea difícil, pero cuanto más cuesta algo, mayor es la satisfacción de conseguirlo. Lo fácil quizás llene, pero es una sensación de saciedad temporal, mínimamente temporal, justamente contrario a la saciedad de algo difícil, que si luchas con coraje por ello, durará durante mucho tiempo.
-Una buena ducha siempre sienta bien, hostias, -dijo Joaquín.
-Sí, supongo…
-¿Se puede saber qué te mierdas te pasa?
Tocaron a la puerta, y por la voz, parecía ser Antonio, el otro compañero de habitación.
-Hey, abridme ya, que estoy en bolas.
-¿Y qué hace este nota en bolas? –se preguntó Joaquín mientras abría la puerta.
Antonio entró, solo con unos míseros calzoncillos puestos y se dirigió rápidamente al armario que los tres compartían.
-Tío, por poco no me pilla el maldito botones en la habitación de Carmen, he salido de la habitación de milagro, me llegan a pillar y se lía. He tenido que salir así, otra no había. Dios mío, de la que me libré.
Antonio era otro de los tantos ligones que conoció en su vida. Se asemejaba a Joaquín, aunque había alguna que otra diferencia notable.
También era deportista, aunque no jugaba al fútbol, hacía baloncesto y era algo macarrilla, y eso provocaba que estuviera metido en algún que otro lío, aunque esto no significaba que no fuera buena persona, de hecho, era muchísimo mejor persona que Joaquín.

Las apariencias engañan, siempre engañan.

jueves, 3 de abril de 2014

Capítulo 19

El joven despertó en la cama de la joven, solo. Se encontraba algo desorientado, con ganas de vomitar. Miró alrededor y comprobó que no había nadie allí, sus compañeras de habitación tal vez no hubieran pasado la noche allí.
¿Y ella? ¿Dónde se encontraría Marta?
Se levantó, y sí, se confirmó el que estaba algo mareado, puesto que no fue capaz de dar más de dos pasos en condiciones. Se dirigió al cuarto de baño, con la intención de meterse los dedos y vomitar, así creyó que su mareo desaparecería, o que al menos, mejoraría.
La puerta estaba cerrada, quizá que alguien se encontrara dentro, así que llamó unas tres veces para asegurarse y nadie le respondió. Entró rápidamente y se acercó al inodoro, y se metió los dedos, vomitando en el acto. Estaba tan inmerso en su mundo que no se dio cuenta de que había alguien usando la ducha mientras él vomitaba.
-¿No te han enseñado que a una dama no se le interrumpe su baño? –se escuchó.
-¿Eh?
Era Marta, recién salida de la bañera, quien cubría su cuerpo empapado con una toalla minúscula, de esas típicas de hotel. Dejaba ver sus piernas casi al completo, cómo las gotas de agua las recorrían de arriba hacia abajo, con una potente sensualidad. Cualquier chiquillo de dieciséis años hubiera enloquecido con aquel cuerpo, pero él y sus profundas ganas de morirse por culpa de la resaca y los vómitos se lo impidieron.
-Vaya…lo siento, creía que no había nadie, llamé y nadie respondió, así que entré.
-Bah, no te preocupes, eso sí, cuando termines de hacer eso límpialo todo, no quiero que mis amigas se den cuenta de que has estado aquí ni nada de eso.
-Está bien…
Aunque él no lo notó, para Marta dejó de importarle justo en el momento en el que se levantó rumbo a la ducha. No lo quería, solo quería un polvo de esos de una noche, y una vez conseguido, su “amigo” pasaba a importar más bien poco, sin embargo, le gustaba, pero era demasiado orgullosa para admitir que le gustaba ese chico gordito al que casi nadie hacía aprecio, el bicho raro…
Era mejor ser fría, pasar de él una vez que consiguió lo quería, y nunca le comentó a nadie lo sucedido aquella noche. Ni a él, que no supo de aquello hasta pasados unos años.
-¿Ya lo limpiaste?
-Sí, ya está todo limpio, apenas ensucié, me fue sencillo.
-Perfecto entonces.
-Y bueno, si me lo permites, me voy a echar un rato a dormir, ¿vale? Me encuentro cansado del día de ayer…
-¡No!
-¿Qué?
-¡Vete, no quiero volver a verte, vete!
-¿Pero por qué?
-¡Qué  te largues te he dicho!
-Vale, no entiendo nada, pero está bien, me visto y me voy, sin problema.
El joven se vistió lo más rápido que pudo y abandonó aquella habitación lo más veloz que sus piernas le permitieron. No comprendía nada, no entendía qué es lo que le pasaba a Marta, tampoco entendía qué hacía en su cama solo en calzoncillos. Por su cabeza rondó el pensamiento de si lo habían hecho, pero llegó a la conclusión de que no, que él no era así, que su primera vez y su primer beso estaban reservados para aquella chica que realmente le demostrara amor. Además, Marta no le había dicho nada, por lo que seguramente no llegaron a consumar nada.
-¿Tú qué hacer aquí? –preguntó el botones que solía vigilar los pasillos constantemente. No dominaba bien el español, pero al menos se le entendía, no como a la recepcionista, a quien había que dirigirse en inglés o italiano o no habría posibilidades de comunicación.
-Yo venir de fuera, yo fumar, - dijo improvisando lo primero que se le ocurrió.
-Jóvenes no deber fumar, ser malo, además de no poder salir sin permiso, -contestó.
-Disculpe, no pasará más.
El botones sonrió y le dejó paso. Su cuarto no quedaba muy lejos, a escasos metros.
Se metió la mano en el bolsillo, sacó la llave, y la introdujo por la cerradura.
No había nadie dentro, sus dos compañeros de habitación posiblemente hubieran pasado la noche en otra habitación con alguna chiquilla, así que no se habrían enterado de sus “aventuras” en la otra habitación.
Y mejor, esos chicos lo conocían bien, habían estado en la misma clase desde los tres años, así que posiblemente no hubiesen entendido que hubiera pasado la noche en otra habitación, con lo “formal” que supuestamente era. Mejor callar, sin duda.
Miró sus pertenencias y comprobó si estas estaban intactas o no. Miró dentro del cajón de la mesita de noche, y su mp4 y su cámara de fotos seguían ahí, así que todo correcto.
La maleta seguía estando cerrada, sin signos de violencia sobre el candado.
Estaban todas impolutas, algo menos de lo que preocuparse.
-Quillo, ¿estás ahí? Ábreme la puerta, anda.
Era Joaquín, uno de sus compañeros de habitación. Siempre fue el típico chico guapete que jugaba al fútbol, vestía con ropa cara y que tenía una sonrisa que las volvía locas a todas. Pero detrás de esa fachada perfecta había algo que pocos y pocas conocían.
Utilizaba a las mujeres, las trataba como si estas fueses pañuelos de papel, y lo peor de todo es que ellas se dejaban manipular por él.

Él jamás entendió eso, ni con dieciséis años ni con sesenta, aunque hay cosas que es mejor no entender, por mucho que queramos hacerlo.

viernes, 28 de marzo de 2014

Capítulo 18

-Hay que ver la cara que tienen los de tu clase, ¿no? Me hablas tú y no te dejan apenas articular palabra, -me dijo.
-Sí…supongo que algo de cara sí que tienen, no sé…
-Me llamo Alicia, creo que ya te lo dije, ¿cierto? Y tú te llamabas…
-Eh Ali, ¿tienes tabaco? –preguntó otra de sus amigas.
-Sí, sí que tengo, ¿es que quieres fumarte otro porro? Yo te lo doy, pero me tienes que pasar algunas caladitas eh…
Alicia se sacó un paquete de tabaco del bolso, un Chesterfield, y se lo pasó a su amiga Tina.
Despreciaba a la gente que fumaba, lo digo en serio, entre ellos a mi difunto padre, quien se fumaba dos paquetes y medio de cigarrillos al día. Era incomprensible que alguien pagara para que le mataran lentamente, aunque al fin y al cabo, cada uno tiene su libertad para hacer con su vida lo que quiera.
-¿Quieres uno? –dijo ofreciéndome un cigarro.
-No, no me gusta el tabaco…
-¿En serio? ¿Pero lo has probado?
-No, no lo he probado.
-¿Entonces cómo sabes que no te gusta?
-El simple humo me da asco, lo siento.
Se guardó el paquete en su bolso, con una mueca de decepción es su rostro. Miré de reojo a su amiga, quien liaba el porro con una pericia asombrosa, ¿cómo podía hacer eso como para que pareciera tan fácil?
-Bueno, ¿y qué edad tienes y eso?-me preguntó.
-Cumplí dieciséis hace unos días, en el mes pasado, ¿y tú?
-Yo aún tengo quince, a principios de junio hago los dieciséis.
-Ah…
La conversación no fue a más, alguna palabra suelta y fin, y no recuerdo qué más hablamos, era una situación algo incómoda.
Recuerdo que nos despedimos con dos besos, y que una vez que se alejó, me guiñó el ojo en la distancia. Me sentí “raro”…
Mis pensamientos se vieron interrumpidos por una voz:
-Eh, ¿podría hablar contigo?
-¿Cómo? –reaccioné de pronto.
Era Marta, una de mis antiguas compañeras de clase, con la que…bueno…con la que tuve una relación algo extraña, que acabó justo allí.
-¿Quieres ir a dar una vuelta? –me dijo.
-Sí, -le respondí. La verdad es que jamás entenderé porqué me fijé en ella, era todo lo contrario a lo que tu madre fue en vida, no lo sé, jamás entenderé a mi yo de dieciséis años. Y aquella relación…quizá no fuera ni relación. Era raro, ella siempre me tenía como un segundo plato, me hacía caso cuando alguno de sus novios la dejaba, cuando se sentía sola, lo típico supongo. Y yo era tan tonto que siempre caía en sus redes.
Era el perfecto idiota adolescente enamorado de la idea del amor, de esa idea que te prometen los libros, donde todo problema es superado por dos increíbles enamorados que superan los escollos de la vida con la única fuerza que sus besos son capaces de proporcionarles.
-¿Estabas enamorado de ella, papá?
-No, te dije que estaba enamorado de la idea del amor, y así estuve hasta que Alicia pasó por mi vida.
-¿Qué más pasó?
-Nos fuimos a tomar alcohol, logrando entrar en una discoteca para mayores. Allí probé el éxtasis por primera y única vez en mi vida.
-¿De verdad, papá?
-Sí, influenciado por ella. Mis dieciséis fueron una edad donde la gente lograba influenciarme bastante, para mi desgracia…
-¿Cómo ocurrió? Lo del éxtasis digo…
-La verdad es que ella me lo ofreció, y yo, por hacerla feliz, tomé.
-¿Y?
-Nos fuimos directos al hotel, pasando olímpicamente del resto de la clase.
-¿Y qué pasó?
-¿De verdad lo quieres saber?
-¡Claro!
-Pues entonces creo que me iré a la cama, es tarde y estoy cansado.
-¡Papá!
-Ni papá ni leches, me voy.
Y así fue, el papá se fue, pensando en lo que le pudo haber contado a su hija y no le contó.
¿El qué?
Lo que hizo aquella noche y no logró saber hasta que cumplió dieciocho años: Perder la virginidad.
¿Cómo contarle a tu propia hija el que te drogaste y emborrachaste y que no recordaste cómo fue?
Que te tumbó sobre la cama, en su habitación, que te quitó la ropa, rompiendo tu camisa con una fuerza bruta inusitada, que ató tus brazos al cabecero de la cama con los restos de esa camisa, y que te folló sin compasión, dejándote sin aire en los pulmones, al borde del colapso, culpa de su pelvis meneándose de un lado a otro, agotándote, besándote hasta acabar casi consumido por el fuego que tus ojos desprendían por el choque de su cuerpo contra el tuyo potenciado por el poder del éxtasis.

¿Cómo contarle una primera vez que olvidaste a tu hija?