-Abuelo, fuiste al
Coliseo, ¿verdad? –preguntó el pequeñín de la casa.
-Eso creo, chiquitín,
eso creo.
-¿Y cómo era? ¿Era
grande?
-Era gigantesco, si tú
te perdieras allí, nadie podría encontrarte.
-¡Yo ya me perdí en el
hipermercado, abuelo, eso no es nada! –dijo Javi, creyendo que eso de perderse
en un lugar es la mayor de las proezas.
A sus seis años, el
chico se había perdido en tres hipermercados diferentes, causado muchos
disgustos a su madre y recibido muchas hostias por ello, aunque la edad no le
permitía ver que aquello estaba mal.
La primera vez ocurrió
en Carrefour, cuando se perdió y acabó en los baños de la planta superior
cuando sus padres se encontraban en la inferior.
Lloró tanto que asustó
a un pobre hombre que se encontraba intentando hacer de vientre en uno de los
urinarios.
La segunda vez fue
algo más diferente, pues se quedó dormido en uno de los probadores de Zara y no
lograron encontrarlo hasta pasadas unas dos horas cuando una clienta del
establecimiento entró en el probador y lo vio acostado en el suelo, por lo que
también se asustó al pensar que ese niñito estaba muerto.
La tercera y última
vez que se perdió fue, posiblemente, la más traumática de todas, al menos para
su madre, pues el niño la pilló con su amante, otra mujer, en uno de los
probadores de la misma tienda.
Por aquel entonces, el
chico no tenía apenas cuatro añitos, por lo que no entendió muy bien aquello,
¿qué niño de cuatro años hubiera entendido aquello? Solo pensó que era una
amiga de su madre y nada más, aunque la realidad era bien distinta. Aquella
mujer, Leticia, era la amante de su madre, y si estaban las dos sin ropa, no
era porque estuvieran probándose ropa, sino porque acababan de tener sexo y el
niño casi las pilló.
Elena sintió que el
corazón se le salía por la boca, su pequeñín había estado a punto de ver cómo
engañaba a su marido con otra persona. Llevaba ya unos meses con ella, la
relación con su marido iba bastante mal, apenas se veían debido a sus trabajos,
y Leticia siempre estuvo ahí para tenderle la mano, como una buena amiga de las
de verdad.
Fue cuestión de tiempo
que la amistad se transformara en algo más.
Tal vez aquello que
estaba haciendo estuviese mal, quizá no esté bien engañar a una persona a la
que prometiste fidelidad hasta el día de tu muerte, pero ella no era feliz con
él, y quería serlo y fue Leticia la única persona que lo logró.
¿Y por qué no se
divorciaba de él si esa era su situación?
Miedo, tenía miedo.
¿Qué sería de su hijo con dos padres separados? ¿Y qué pensaría su padre si
viera que iba a romper una familia?
No quería ni pensarlo.
-Mami, ¿qué hacéis?
Quiero irme ya, me aburre comprar ropa, -dijo el chiquitín.
-¡Javier! ¡Te tengo
dicho que llames a la puerta antes de entrar en los sitios! –gritaba Elena, que
recordará ese día más que ningún otro, eso estaba claro.
-¿Por qué estáis sin
ropa, mamá?
-Nos estamos probando
ropa, -mintió ella.
-¡Eso es muy aburrido!
¡Vayamos a comprar videojuegos! –exclamó el niño.
-De acuerdo, de
acuerdo, enseguida vamos, espera que nos vistamos.
Aquel día, el pequeño
Javier llegó a tener su videojuego, aunque desgraciadamente para él, acabaría
rompiéndolo, justo como el corazón de su madre, al que no le quedaban muchas
horas para estar también roto.